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El pasado 24 de septiembre, Ariel Ezrachi y Maurice Stucke presentaron su último libro “Competition Overdose: How Free Market Mythology Transformed Us from Citizen Kings to Market Servants”, en un lanzamiento organizado por el Instituto de Derecho de la Competencia (IDC). La instancia contó con la participación y comentarios de la abogada Anneleen Straetemans, experta en libre competencia, actualmente directora del área legal y corporativa de ZX Ventures en Europa.
Ariel Ezrachi y Maurice Stucke son dos reconocidos académicos en materia de competencia. Ezrachi es Slaughter and May Professor of Competition Law en la Universidad de Oxford y Director del Centro de Derecho de Competencia de la misma casa de estudios. Stucke es Douglas A. Blaze Distinguished Professor of Law en la Universidad de Tennessee. Ambos autores cuentan con múltiples publicaciones en el área, y fueron coautores del libro “Virtual Competition. The Promise and Perils of the Algorithm-Driven Economy”, publicado en 2016.
El lanzamiento del libro comenzó con un par de preguntas simples: ¿La libre competencia siempre es buena? ¿beneficia siempre a los consumidores?
En tiempos donde la concentración económica se ha convertido en un trending topic, y gigantes tecnológicos como Google, Amazon, Facebook y Apple dominan los mercados digitales, la respuesta del público no debiera sorprendernos: un 50% estimó que la libre competencia no siempre es buena, y más de la mitad opinó que la competencia no beneficia siempre a los consumidores.
¿Cómo llegamos a este escepticismo ante la que sería –supuestamente– la herramienta estrella que nos llevaría al desarrollo y la prosperidad económica? Pues bien, señalan Ezrachi y Stucke, pareciera ser que, como sociedad, nos recetamos en exceso la idea de competencia.
A juicio de los autores, ante una serie de demandas en distintos ámbitos de la vida social, la solución ha tendido a provenir de la noción (errada) de que más rivalidad y más competencia puede asignar de mejor manera los recursos disponibles y así, solucionar los problemas que nos aquejan.
Si bien en opinión de Ezrachi y Stucke la libre competencia ha llegado a alcanzar niveles similares a los de un dogma religioso, esto no implica desconocer que, en muchos casos, la competencia efectivamente puede ser la mejor solución ante un determinado problema. Lo que pasa es que muchos de nosotros, ciudadanos-consumidores, no estamos recibiendo los beneficios prometidos: jornadas laborales extensas, sueldos bajos, la depredación de nuestros ecosistemas, son solo algunos ejemplos de lo que, según los autores, estamos viviendo en los tiempos actuales.
En este sentido, Ezrachi indicó que “lo que necesitamos es una visión mucho más matizada del rol de la competencia. En muchos sentidos, la competencia es como la medicina, y cuando vas al médico, cuando te receta el medicamento, te dice cuánto debes tomar y sabes que, si tomas más, te hará daño y argumentamos [en el libro] que el ideal de competencia es muy parecido”.
¿Cuándo estamos frente a una competencia tóxica? La respuesta a esta pregunta la encontramos en las cuatro “sobredosis” identificadas por Ezrachi y Stucke en la primera parte del libro: (i) “la carrera hacia el fondo” (The Race to the Bottom); (ii) “disculpe, señor, pero yo no pedí carne de caballo” (Excuse Me, Sir, I Did Not Order Horsemeat); (iii) “la explotación de la debilidad humana” (Exploiting Human Weakness); y, por último, (iv) “exceso de opciones” (choice overload).
La carrera hacia el fondo. Esta primera sobredosis se construye a partir de la histórica metáfora económica de la “mano invisible” elaborada por Adam Smith. En términos simples, esta metáfora supone que la sociedad es simplemente la suma de individuos, de lo que podemos concluir que, si cada persona actúa para maximizar su bienestar, esto inevitablemente maximizará el bienestar general de la sociedad. De esta manera, en la medida en que cada individuo busca su interés propio –en este caso, los agentes económicos buscando maximizar sus utilidades compitiendo en el mercado–, la sociedad se verá beneficiada en su conjunto.
En muchos casos, esto efectivamente ocurrirá, y el mercado será la mejor herramienta para asignar recursos escasos, maximizando el bienestar general. Sin embargo –Ezrachi y Stucke advierten– bajo ciertas circunstancias, esto no será así.
¿En qué circunstancias estaremos frente una carrera hacia el fondo y no hacia la cima? En primer lugar, cuando los intereses de las empresas competidoras no estén alineados con el interés colectivo de la sociedad; y, en segundo lugar, cuando las empresas competidoras y/o quienes se supone debieran beneficiarse con esta competencia resultan perjudicados producto de ésta, y ninguno puede impedirlo de manera independiente.
“Disculpe, señor, pero yo no pedí carne de caballo”. Una segunda sobredosis de competencia es ilustrada por los autores a través del polémico caso HorseGate en Europa, en 2013. Un test de ADN realizado en hamburguesas de vacuno en Irlanda alertó la presencia de carne de caballo no declarada en la composición, donde algunos productos comercializados como carne de vacuno contenían incluso un 100% de carne de caballo.
Ezrachi y Stucke mencionan este caso para demostrar cómo muchas veces la falta de regulación y el exceso de presión competitiva puede llevar a disminuciones problemáticas en la calidad de los productos que consumimos. Sobre todo, si tenemos en consideración la importancia de la competencia por precio en el mercado.
La explotación de la debilidad humana. Los mercados competitivos funcionan tomando como premisa que los seres humanos somos seres racionales. ¿Qué implicancias conlleva esto? Que, al momento de adquirir bienes o servicios en el mercado, tendemos –supuestamente– a maximizar nuestro beneficio, eligiendo lo que mejor se condice con nuestras necesidades.
Deconstruyendo la noción de homo economicus, los autores argumentan que el proceso competitivo puede llevar muchas veces a los agentes económicos a explotar nuestra (escondida) irracionalidad. Esto ocurre porque muchas veces como consumidores tomamos decisiones guiados por la intuición, más que por un razonamiento deliberativo.
El exceso de opciones. La última sobredosis expuesta por los autores se relaciona con lo abrumante que puede llegar a ser elegir un determinado producto cuando nos enfrentamos a un exceso de opciones.
El problema planteado por Ezrachi y Stucke se relaciona con cómo este exceso de opciones (choice overload) provisto por un mercado competitivo puede provocar ansiedad, frustración o sensación de arrepentimiento.
Ideólogos, lobistas, privatizadores, y vigilantes jefes. Utilizando nuevamente categorías originales –donde la última está inspirada en la famosa saga de libros Los Juegos del Hambre–, los autores enfocaron la presentación de la segunda parte del libro en las últimas dos categorías mencionadas.
“¡Ante la duda, privatizar!”. Con esta sarcástica frase comienza la descripción de uno de los principales causantes de la competencia tóxica, los privatizadores. La principal idea esbozada por Ezrachi y Stucke en el lanzamiento –y que se encuentra descrita de manera muy pedagógica en el capítulo 7 del libro- es que, si bien muchos mercados funcionan bien (y muchas veces mejor que el Estado), existen ciertos ámbitos de nuestras vidas que deben quedar fuera de sus dinámicas.
Los autores critican cómo los privatizadores han justificado en varias ocasiones, bajo el dogma de la libre competencia, el arrebato de la provisión de ciertos bienes o servicios por parte del Estado, para pasarlo a manos de privados. Y qué mejor ejemplo, indican los autores, que el sistema carcelario de Estados Unidos (similar al sistema de cárceles concesionadas en nuestro país).
¿El servicio provisto por las cárceles privadas es adecuado? ¿Los infractores son rehabilitados realmente? ¿Son adecuadas las condiciones materiales en las que se encuentran las personas privadas de libertad?
“La respuesta, que es bastante obvia, es no, no y no. Ninguna de estas afirmaciones es cierta. La realidad es que algunos mercados no funcionan bien cuando los privatizas.”
A su juicio, lo relevante es preguntarnos qué incentivos puede tener un privado en este mercado. Los autores comentaron la existencia de casos donde los dueños de estas cárceles se vieron envueltos en escándalos de corrupción por intentar alargar las condenas de infractores jóvenes para así aumentar sus ganancias.
¿Y cómo logran sus objetivos los privatizadores? A través de los lobistas, partes interesadas que empujan la idea de privatización, a pesar de que existen ciertos ámbitos de la vida que simplemente no debieran ser privatizables.
Refiriéndose a los riesgos que presenta el lobby para las democracias actuales, la abogada Anneleen Straetemans señaló que, en tiempos donde las discusiones legislativas se han vuelto cada vez más técnicas y complejas, existe un terreno sumamente fértil para el lobby.
Ahora bien, si los Ideólogos, lobistas y privatizadores pueden fomentar el surgimiento de una competencia tóxica, existe un cuarto actor que, además, puede “crear desde el principio una dinámica competitiva tóxica que explota a los participantes, mientras beneficia principalmente al creador«. Este es el caso de los “vigilantes jefes” o gamemakers.
A grandes rasgos, estos gamemakers son los arquitectos de un ecosistema competitivo que, de alguna u otra forma, siempre los beneficiará. Ejemplos claros de gamemakers serían los gigantes tecnológicos como Google y Facebook, quienes hoy en día son los diseñadores del mercado de publicidad online (ver investigación CeCo “Medios de comunicación y publicidad online: la mirada de la política de competencia”).
Así, lo que parecía ser un mercado en extremo transparente, resultó ser un ecosistema que beneficia principalmente a Google y a Facebook, y no necesariamente a quienes publican contenido –medios de comunicación, por ejemplo– y a los avisadores. Los intereses de los agentes que participan en este mercado no están alineados: “a pesar de que hay competencia, no es competencia que necesariamente funciona en beneficio de los editores, tampoco en beneficio de los anunciantes, que se quejan de la falta de transparencia, y ciertamente tampoco nos beneficia en términos de la forma en que se recopilan nuestros datos”.
Ante la amenaza de una competencia tóxica, los autores indicaron la necesidad de crear un espectro, que nos permita identificar escenarios competitivos perjudiciales para la sociedad y, por otra parte, escenarios donde se desenvuelve una competencia positiva y sana para todos y todas.
De esta manera, los autores identifican cuatro escenarios:
A partir de esta clasificación, los autores plantean cómo los Estados debiesen optar por este último escenario de competencia. Esta competencia noble sería como aquella que uno intentaría fomentar en sus hijos: una competencia sana, que apunte a la excelencia, sin hacer trampa ni hacerse daño.
¿Y cómo alcanzamos esta competencia deseable (suma positiva o competencia noble)? Ezrachi y Stucke son enfáticos en señalar la importancia del rol de los Estados en la tarea de erradicar la competencia tóxica.
Los autores señalan dos roles claves de los Estados en este desafío: en primer lugar, el uso de diversas herramientas legales para promover una competencia sana; y, en segundo lugar, adoptar un rol activo en la provisión de aquellos bienes y servicios que la competencia (y los mercados) no pueden proveer.
Si bien el Estado debe adoptar un rol preponderante en este nuevo desafío por erradicar la competencia tóxica, los privados también tienen un rol importante en la ecuación.
Por una parte, Ezrachi y Stucke plantean la necesidad de sumar a las empresas en esta misión, a través de, por ejemplo, ir más allá de la maximización de valor para los accionistas (shareholder maximization).
Por otra parte, desde la perspectiva de los consumidores, trabajadores y ciudadanos, donde los autores señalan dos conceptos cruciales: el “poder de disentir” (power of dissent) y el “poder de nuestras compras” (power of purchases). El primero dice relación con la posibilidad de que los trabajadores puedan negarse a realizar o perpetuar lógicas de competencia tóxica al interior de una empresa. Respecto al segundo, este se relaciona con que los consumidores tomen partido en este escenario, y promuevan la competencia sana con sus decisiones de compra.
Como reflexión final, Ezrachi y Stucke plantean en su libro que “el desafío que tenemos por delante es no solo reorientar la competencia y el capitalismo, sino también que el gobierno nos brinde lo que la competencia no puede ofrecer. Pero debemos asegurarnos de fomentar el tipo de competencia adecuado. Con una mayor conciencia del riesgo de sobredosis, todos podemos trabajar juntos, como sociedad, hacia una cultura competitiva más saludable. Es el momento oportuno.”
Instituto de Derecho de la Competencia – Video seminario. Ver aquí
Ariel Ezrachi y Maurice Stucke “Competition Overdose: How Free Market Mythology Transformed Us from Citizen Kings to Market Servants” (2020), Harper Collins Publishers. Ver aquí