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Las grandes empresas tecnológicas están girando e innovando en torno a un mismo mercado: el mercado de la inteligencia artificial (IA) generativa. Hace unos pocos días, Apple anunció que integraría funcionalidades relativas a la IA generativa en todos sus dispositivos. Esta es la última en sumarse al resto de las grandes empresas tecnológicas como Google o Meta, que ya han creado sus propios modelos de lenguaje de gran escala (LLMs, por sus siglas en inglés).
Microsoft ha concluido varios acuerdos de colaboración con dos competidoras directas en el mercado. Por un lado, la empresa ha venido invirtiendo en OpenAI desde 2019 en sucesivas rondas de financiación. La última, celebrada en enero de 2024, consistió en una inversión de 13 billones de dólares. Por otro lado, pocos días después de que el regulador europeo aprobara el Reglamento de Inteligencia Artificial, Microsoft comunicó su inversión por un valor de 15 millones de euros en la start-up francesa Mistral. Amazon y Google también han invertido sustancialmente en Anthropic, otra de las competidoras en el mercado de IA generativa.
Como respuesta a estas transacciones, varias autoridades de competencia han tratado de capturar (o al menos, analizar) los posibles efectos que su poder de mercado podría radiar en el mercado ¿emergente? de la IA generativa.
«En sede de la Comisión Europea, la operación no está sujeta a dicho régimen porque, en realidad, no se ha producido ningún cambio duradero en la estructura de control de OpenAI. Sin que se cumpla este requisito, la Comisión Europea debe, por tanto, renunciar a analizar la transacción.«
Las herramientas basadas en IA generativa descansan sobre modelos fundacionales, que constituyen la base sobre la que los sistemas de IA están construidos. Estos modelos fundacionales están entrenados con una gran cantidad de datos y son muy adaptables a distintas aplicaciones. Al ser tan amplios en cuanto a su escala, estos modelos fundacionales comportan un cierto carácter de homogeneización. Es decir, la mayoría de los LLMs que conocemos hoy en día (como ChatGPT o Gemini), se fundamentan sobre las mismas bases y, por tanto, sobre los mismos datos.
Como se puede suponer, por tanto, la generación de estos modelos fundacionales no está al alcance de cualquiera. Su desarrollo requiere una gran inversión que no deja de incrementarse a medida que los LLMs van ganando en capacidad de computación. Por una parte, los competidores que tienen acceso a esos recursos de computación y a esa gran cantidad de datos se pueden contar con los dedos de una mano. Es decir, el mercado de generación de esos modelos fundacionales ya está altamente concentrado. Por otra parte, la capacidad de computación de los LLMs depende, en gran medida, de la tecnología subyacente a estos. El mercado de los proveedores de semiconductores (es decir, de chips) también está altamente concentrado. En efecto, Nvidia copa aproximadamente el 80% del mercado de especialización de estos semiconductores, dirigidos a su integración en modelos de IA como ChatGPT.
Por tanto, cuando nos encontramos ante el hecho de que las empresas con mayor valorización bursátil del mundo aúnan su poder de mercado junto a mercados igualmente concentrados y con un potencial innovador desmesurado, podemos llegar a entender el motivo por el que las autoridades de competencia desean, de alguna forma u otra, capturar el fenómeno.
Tras el anuncio de Microsoft sobre la inversión de 13 billones de dólares que había realizado en OpenAI, algunas autoridades de competencia, como la Comisión Europea, la Competition and Markets Authority y la Federal Trade Commission, corrieron a corroborar que, de algún modo u otro, analizarían la transacción desde la perspectiva de libre competencia.
Sin embargo, unos meses después del anuncio, parece que ninguna de ellas ha tomado ninguna determinación clara en cómo capturar este tipo de conducta. El problema subyacente para que dicho análisis no se produzca se refiere a las fórmulas imaginativas que estas grandes plataformas digitales han ideado para tratar de escapar del régimen de control de concentraciones. En sede de la Comisión Europea, la operación no está sujeta a dicho régimen porque, en realidad, no se ha producido ningún cambio duradero en la estructura de control de OpenAI. Sin que se cumpla este requisito, la Comisión Europea debe, por tanto, renunciar a analizar la transacción.
De forma similar, hace unas pocas semanas, la autoridad británica de competencia también reconoció que la inversión de Microsoft en la francesa Mistral no podía ser capturada por esta vía porque aquella no tenía la capacidad de influenciar de forma sustancial el comportamiento comercial de esta. Por tanto, ya nos encontramos ante el primer strike contra la captura del fenómeno por vía de libre competencia.
Parece que este desbordamiento de la normativa de competencia va a seguir reproduciéndose, ya que las formas en las que las grandes plataformas digitales están ganando terreno en el mercado son cada vez más imaginativas. Por ejemplo, a principios de año, Microsoft invirtió 650 millones de dólares para adquirir las licencias sobre la tecnología de Inflection, mientras que, en marzo, comunicó que el co-fundador de la empresa Mustafa Suleyman y el encargado del brazo tecnológico de la empresa, Karén Simonyan, pasarían a formar parte de su propio equipo. Varios miembros del equipo de Inflection decidieron también integrarse dentro del equipo de Microsoft junto a Suleyman y Simonyan, incluyendo sus ingenieros e investigadores más destacados. Poco después, el propio Inflection confirmó que su último modelo de IA se alojaría en Microsoft Azure, es decir, su servicio de computación en nube.
A pesar de que, en principio, las intenciones de Microsoft parecían claras al tomar estas decisiones estratégicas, escapan, en teoría, de la captura de las autoridades de competencia. La FTC, sin embargo, ha declarado que desea analizarlas considerando que se produjo una adquisición ‘informal’ a Inflection.
Sin perjuicio de que la intuición de las autoridades de competencia puede ser correcta, una vez más, la aplicación de las normas de libre competencia se ve sobrepasada por una tecnología que promete alcanzar la AGI (o inteligencia artificial general) en unos años, que sería teóricamente capaz de superar al ser humano en todas las facetas del conocimiento. Ante la deshumanización de las máquinas, las normas de libre competencia son demasiado rígidas para generar algún impacto en el futuro ser de la tecnología.