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Una de las principales preocupaciones de las autoridades de competencia y reguladores económicos es evitar que las grandes firmas tecnológicas adquieran o refuercen en exceso su poder monopólico. Una solución que viene a la mente para evitar dicho escenario –y que vuelve cada cierto tiempo en el foro público– es disolverlas o desinvertir sus áreas de negocio. Sin embargo, semejante propuesta conlleva un número relevante de consideraciones y obstáculos, tanto prácticos como legales, a tener en cuenta.
Google, Amazon, Apple y Facebook se han difundido globalmente y son, hoy en día, consideradas empresas que poseen “mucho poder de mercado”. Una primera interrogante que surge es si este alto poder alcanzado se debe a que los usuarios siguen prefiriendo y eligiendo los servicios ofrecidos por dichas plataformas digitales, o bien, podría ser un indicio de que los consumidores ya se encuentran “encerrados” (locked-in) dentro de estos ecosistemas, pues las empresas han negado el ingreso a potenciales entrantes (a través de, por ejemplo, prácticas exclusorias directas o la existencia relevante de efectos de red que operan como barreras a la entrada). Bajo el primer escenario, los bienes y servicios ofrecidos por las gigantes tecnológicas generarían beneficios que son superiores a productos alternativos. En el segundo escenario, la inexistencia de potenciales empresas que desafíen el poder de mercado provocaría una disminución de los beneficios que trae la competencia en un escenario dinámico.
Actores y autores que critican el tamaño alcanzado por el selecto grupo de las big-tech, estarían de acuerdo con la segunda descripción y han propuesto disminuir el tamaño de las plataformas como una solución viable. En un artículo reciente, los académicos Kwoka y Valletti[1] argumentan que la disolución de grandes empresas es factible, especialmente cuando se tiene un marco antitrust claro post fusión o cuando firmas dominantes no enfrentarían la amenaza de entrantes reales debido al poder de mercado que éstas ya adquirieron. En una línea similar, Singer[2] menciona los requisitos legales para que la disolución sea posible, poniendo como ejemplo los casos antirust que la plataforma Facebook está enfrentando estos días.
Como los dos artículos mencionados anteriormente recalcan, el remedio de disolución no sólo incluiría la división de las firmas en unidades de negocios más pequeñas, sino que también una reducción a la posibilidad de dar luz verde a futuras adquisiciones por parte de las mismas empresas. No voy a entrar en detalle respecto a las vías y los obstáculos legales que las autoridades podrían enfrentar al tratar de disolver empresas grandes con poder de mercado. Más bien, me enfocaré en consideraciones prácticas a tener en cuenta, considerando los mercados en donde las plataformas operan.
El objetivo de remedios como disolver o desinvertir empresas grandes sería, en principio, incrementar la competencia. Desde el punto de vista de los consumidores, prima facie, la solución no generaría mucho ruido (por ejemplo, los consumidores no se verían afectados en gran medida si la unidad de negocio que desarrolla el sistema operativo de Microsoft es separada de la unidad de negocio que está a cargo del buscador de internet). Sin embargo, el cómo materializar la división requiere de un proceso más cuidadoso y envuelve preguntas desafiantes: ¿cómo se llevarían a cabo la repartición de los activos físicos y digitales?, ¿dónde deberían ir a trabajar los gerentes y científicos líderes? ¿cómo asegurar que las nuevas unidades de negocios seguirán siendo viables económicamente luego de la disolución?, entre otras interrogantes.
Además de estas dificultades prácticas, el remedio de disolución despierta todavía dudas más fundamentales. Si nuestra preocupación es, por ejemplo, reducir la información falsa que abunda en Facebook o restringir el uso poco ético de los datos privada por parte de Google y Amazon, ¿la disolución de empresas resolverá estos problemas? En mi opinión, la disolución no garantiza alcanzar ninguno de estos dos objetivos. Incluso si asumimos que desmembrar a las plataformas generará mayor competencia, no es del todo claro que dicha competencia vigorosa se traduciría en mejores condiciones para los consumidores en estos dos frentes.
El análisis de casos de competencia en mercados de dos lados es complejo, y se torna más confuso aún cuando temas relacionados puramente con el antitrust se mezclan con aspectos relativos a la privacidad y el mal uso de la información. Algo similar ocurre cuando policymakers analizan mercados en donde una externalidad relevante (generalmente negativa) está presente.
Sí, mercados competitivos reducen precios, incrementan la cantidad, variedad y calidad de los servicios ofrecidos. El raciocinio es claro: firmas compiten para atraer consumidores y lo pueden hacer a través de dichas estrategias comerciales. Sin embargo, en mercados de dos lados, donde la información no es perfecta, la mayor competencia puede paradójicamente generar efectos nocivos. Si los usuarios se preocupan de su privacidad y de cómo las plataformas usan sus datos, es esperable que la competencia mejore las políticas de privacidad, pues los consumidores probablemente elegirán la plataforma que tenga políticas más estrictas en este ámbito y, por lo tanto, la competencia generará los incentivos correctos para que las firmas mejoren sus estándares y prácticas. Sin embargo, si los consumidores no valoran adecuadamente dichos elementos, la privacidad y el mal uso de información pueden incrementar junto con la competencia. Las big-tech, al ser parte de mercados de dos lados, compiten fuertemente por atraer publicidad y una mayor competencia puede generar incentivos perversos respecto a la recolección y uso de la información proveniente de los consumidores. Un argumento similar puede ser aplicado para el caso de la desinformación a la que se ha visto expuesta Facebook (un video falso divertido recibe mucho más likes que un video aburrido que respeta la verdad).
El análisis de casos de competencia en mercados de dos lados es complejo, y se torna más confuso aún cuando temas relacionados puramente con el antitrust se mezclan con aspectos relativos a la privacidad y el mal uso de la información. Algo similar ocurre cuando policymakers analizan mercados en donde una externalidad relevante (generalmente negativa) está presente. Por ejemplo, ¿la autoridad de competencia debería ser más flexible frente a una posible fusión en el mercado del tabaco? Al final del día, si se aprueba la fusión entre dos empresas con alta participación de mercado, esperaríamos que los precios de los cigarros suban y, por lo tanto, la contaminación y los enfermos de cáncer al pulmón disminuyan. Similarmente, un escenario en donde una empresa productora de cemento tenga “mucho poder de mercado” no sería tan malo: la cantidad producida es menor y, por lo tanto, la polución atmosférica también lo es.
La solución que tomen los reguladores debe, primero, tener claro cuál es el objetivo final de su intervención. Aunque suene de perogrullo, la política de competencia debe enfocarse en resolver problemas de competencia. Los reguladores que quieran disminuir la polución y los malos hábitos en los consumidores tienen la capacidad de, y debiesen, aplicar otras herramientas. Por lo tanto, si se decide disolver una empresa de tamaño relevante, la disolución se debe llevar a cabo por las razones correctas. La disolución no se debe pensar cómo una potencial solución que debe apuntar a solucionar todos los problemas: de ninguna forma va a ser una solución de todos ellos.
[1] John Kwoka y Tommaso Valetti, “Breaking Up Firms”, Competition Policy International (4 de enero, 2022) https://www.competitionpolicyinternational.com/breaking-up-firms/.
[2] Hal Singer, “Facebook Could Be Heading Towards a Breakup”, Promarket (11 de diciembre, 2020), https://promarket.org/2020/12/11/facebook-lawsuit-breakup-divestiture-instagram-whatsap/.