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Se nos vienen pesados los meses que siguen. No hay tregua. Aunque llevemos ya más de dos años como loro en el alambre, y estemos arrastrando las patas, en unos meses más -el domingo 4 de septiembre- vamos a estar frente a una urna decidiendo el futuro de nuestro país.
La cuestión es binaria -o apruebo o rechazo- como ocurre en ciertos momentos cruciales de la vida. Hasta ahora, no hay un menú abierto y hay poco espacio para sutilezas.
No es fácil tomar una decisión. Son muchos temas, de los cuales surgen muchas preguntas. Tampoco nuestros constituyentes nos han hecho la vida fácil: la mayoría de ellos no han sido especialmente articulados y nos han ido bombardeando día a día con nuevos contenidos. Varios fungen, más bien, de artistas de performance. Incluso, sus gritos no nos han dejado escuchar las legítimas cavilaciones y dudas de los constituyentes serios y profundos o de los expertos en temas constitucionales. De lejos, la Comisión Constituyente (CC) se parece a un consejo de curso de educación media sin un profesor jefe.
El texto tampoco ayuda. Hay que estar con mucha energía y tiempo para animarse a leer los 499 artículos del borrador. Son muchos. Hay poca síntesis. Quien sabe entiende que menos es más. A quien le escasea la claridad, en cambio, necesita más tinta y páginas. Nadie lo ha dicho de mejor manera que un matemático francés en el siglo XVII: “Si hubiese tenido más tiempo, habría escrito más corto”.
«A ojo de buen sastre, el texto es un patchwork: una colcha con retazos de distintas telas, tanto en textura como en colores. Se observan muchas manos distintas, sin una orientación clara. Por tramos se percibe como si fuese una ley simple, con menudencias que evidentemente no debieran estar determinadas en una carta magna que se precie de tal, por ejemplo en relación a las atribuciones de ciertas autoridades»
El borrador contiene conceptos que no se entienden y en donde es difícil captar cuáles serían las consecuencias de sus inclusiones. Por ejemplo: “Estado Plurinacional”, “República solidaria”, “Enfoque de género”, “Buen vivir”, “Diversidades y disidencias sexogenéricas”, “Orientaciones sexoafectivas”, “Integridad psicosocial”, “alimentación pertinente culturalmente”, “Circuitos cortos”, “Economía circular”, “Pluralismo jurídico”, “Justicia con perspectiva intercultural” y “Neurodiversidad”. Podría seguir, pero creo que ya es suficiente.
El lenguaje del borrador no es evidentemente inapropiado, pero tampoco inspirador. No se nota una pluma ordenadora y superiora, que refleje mentes preclaras. Andrés Bello brilla por su ausencia y veo difícil que el espíritu del venezolano se les aparezca a los miembros de la Comisión de Armonización, aunque harta falta les haría. Por cierto, esa cuestión de “las o los” mata cualquier cadencia, al igual que esa compulsión -algo majadera, por su repetición- a incluir temas de género, indigenismo, territorio, y ecología en cada institución matriz. Como una canción que dura horas, pero que repite continuamente un par de estrofas.
A ojo de buen sastre, el texto es un patchwork: una colcha con retazos de distintas telas, tanto en textura como en colores. Se observan muchas manos distintas, sin una orientación clara. Por tramos se percibe como si fuese una ley simple, con menudencias que evidentemente no debieran estar determinadas en una carta magna que se precie de tal, por ejemplo en relación a las atribuciones de ciertas autoridades.
Otros artículos, en cambio, nos transportan a un documento de aspiraciones políticas, de difícil entendimiento. Acá van algunos ejemplos: “Chile es un país oceánico”, “La naturaleza tiene derechos”, “El Estado protegerá la función ecológica y social de la tierra”, “El Estado impulsará medidas para conservar la atmósfera y el cielo nocturno”, El Estado reconoce “la sintiencia de los animales”.
Basta de cavilaciones y quejumbres. Lo relevante ahora -ya nos metimos en esto, como país- es saber qué votar y antes que eso cómo enfrentamos el análisis del texto que se nos propone para poder discernir nuestra posición.
Aquí llegamos -me temo- a la autoayuda.
Mi humilde sugerencia es que primero que todo se siente en un lugar tranquilo durante un fin de semana, ojalá con un café cargado, y elabore una lista con las cuestiones importantes constitucionales que ha ido escuchando en estos meses agotadores. Lo que primero se le venga en la cabeza. Haga dos listas: una con lo que le ha gustado y otra con lo que preferiría evitar. Recuerde esas sabias palabras de que “lo perfecto es enemigo de lo bueno” y asuma que la tierra no es un paraíso porque los seres humanos no somos ángeles.
Entre los temas que le podrían interesar me permito sugerir los siguientes: el porte del Estado y su contrapeso en el sector privado, el régimen de propiedad y su adecuada protección, la flexibilidad de la Constitución para asimilar futuros cambios políticos, el respeto a las reglas democráticas y a las minorías y asuntos valóricos como la libertad de enseñanza y el aborto.
Luego, manteniendo ese espíritu deportivo y ya con su segundo café, trate de averiguar algo más de esos temas. Ideal si puede hablar con alguien que sepa, sea criterioso y le tenga confianza. Otra alternativa es recurrir al sabio del mundo: el señor –¿o la señora?- Google.
Le propongo luego averiguar cómo se regula actualmente ese tema que le interesa e intriga, para luego ver qué nos está proponiendo la CC. Incluso puede hacer una búsqueda rápida al borrador, con alguna palabra clave y con ayuda de la tecnología, para ver el texto mismo y así no le cuentan cuentos.
Cuando ya tenga claro el antes y el posible después, e incluso haya detectado el o los textos específicos, aléjese de usted mismo (ya advertí eso de la autoayuda) y pregúntese si lo que se propone puede funcionar al menos en el mediano plazo y tiene sentido común. Para usted, para su familia y para el país. Ese test -que mezcla eficacia, consecuencia y sentido- le puede ayudar a determinar si, a su juicio, lo que se propone es razonable o un simple tiro al aire.
Desgraciadamente, este vía crucis no termina aquí. Una vez que haya aclarado su mente con cada tema de su lista, le recomiendo cerrar los ojos -este es el momento cúlmine- y sopesar la importancia de todos los temas en su conjunto, con sus pro y contra, para concluir si es mejor aprobar o rechazar.
Difícil y enredado, ¿no?.
Publicado originalmente en El Mercurio, 22 de mayo de 2022, Economía y Negocios.