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La insoportable complejidad y fragilidad de los mercados

19.07.2023
CeCo Chile
5 minutos
Felipe Irarrazabal, Abogado Universidad de Chile
Felipe Irarrázabal Ph. Director CeCo UAI.

Parto por algo obvio: los mercados son complejos. Cada uno es distinto del otro y la manera en que se coopera y compite cambia según sus propias características. Sigo con algo menos obvio: esa complejidad se traduce en fragilidad, y el funcionamiento correcto de cada mercado depende de múltiples factores, por ejemplo, las decisiones -felices o infelices- de las autoridades. Como el cuerpo humano, los mercados se pueden estropear si falla alguno de sus componentes -incentivos, más bien- y a veces incluso los aparentes remedios pueden tener efectos colaterales letales.

Déjenme ilustrar estas obviedades con un mercado específico: los medios de pago de tarjetas.

«El mercado de medios de pago no comienza ni termina en el momento en que se realiza una compra en una tienda acercando la tarjeta a la máquina. Al contrario, existe un complejo entramado de actores y operaciones que preceden a ese momento»

El dinero surge para facilitar los intercambios entre vendedores y compradores, superando así al trueque. Es un invento -una convención-, que puede traducirse en algún metal escaso, monedas tangibles emitidas por el Estado, o incluso activos digitales (como las llamadas “criptomonedas”). A esa complejidad, ahora agregamos que existen distintas formas de pago. Usted puede pagar con efectivo, cheques, transferencias y tarjetas de pago (ya sea débito, crédito o prepago).

El mercado de medios de pago no comienza ni termina en el momento en que se realiza una compra en una tienda acercando la tarjeta a la máquina. Al contrario, existe un complejo entramado de actores y operaciones que preceden a ese momento. Lo primero es que un “emisor” (por ejemplo, un banco) le abre una cuenta y le ofrece una tarjeta. Asimismo, se requiere que la tienda contrate un servicio que le instala una máquina en su punto de venta, o un portal de pago en su página web, para aceptar pagos con tarjeta, lo que se conoce como “adquirencia”.

¿Lo estoy aburriendo?: téngame paciencia.

A grandes rasgos, el mercado de medios de pago es todo el aparataje que está detrás de cada pago que se hace con tarjetas. En él participan tres principales actores: emisores, adquirentes, y las marcas de tarjeta (como Visa o Mastercard).

Todo pago hecho con tarjeta debe ser autenticado, verificado, y liquidado en una “red de procesamiento”. Cuando usted hace un pago en un comercio, el adquirente es el encargado de ingresar la transacción a esta red. Luego de esto, la información del pago llega al emisor (el que emitió la tarjeta que se está usando en una compra), que valida la identificación del tarjetahabiente y la existencia de fondos, para después transferir el monto de la compra al adquirente y, este último, lo traspasa al comercio. En definitiva, el adquirente no es más que el intermediario entre el comercio —que hace la venta— y el emisor —que posee los fondos que financian dicha venta—.

Ciertamente, tanto el adquirente como el emisor cobran tarifas por el rol que cumplen en esta cadena de procesamiento. Por un lado, el emisor cobra al adquirente una tasa de intercambio, mientras que el adquirente le cobra al comercio un “margen adquirente”.

Pero eso no es todo. La conexión entre adquirentes y emisores se produce a través de lo que se conoce como “switchs”. Justamente, cada marca de tarjeta provee su propio “switch”, y cobra comisiones a los adquirentes y emisores por el acceso a su red, que se conocen como “costos de marca”. Por otro lado, las marcas cobran por las licencias otorgadas tanto a los emisores (para que puedan emitir tarjetas bajo su marca), como a los adquirentes (para que puedan aceptar pagos con tarjetas).

En Chile, el mercado de medios de pago con tarjetas surgió en 1989, a través de un “joint venture” de propiedad de un grupo de bancos -denominado Transbank-, en tiempos en que campeaba el cheque. Hasta hace poco, Transbank centralizaba la actividad de adquirencia y procesamiento de las transacciones en virtud de mandatos otorgados por los mismos bancos, actuando tanto como adquirente y como proveedor de una red de procesamiento, bajo un modelo de organización de “tres partes”.

Luego de un tiempo -y como reacción a la importancia que iban adquiriendo las tarjetas-, las autoridades de competencia recibieron denuncias de los comercios, que acusaban a Transbank por el cobro de tarifas excesivas y discriminatorias. Todo esto llevó a una serie de procedimientos judiciales y administrativos que pusieron énfasis en regular tanto la política de precios de Transbank —a través de un plan de autorregulación tarifaria— como su integración vertical con algunos emisores.

Posteriormente, gracias a regulaciones del Banco Central, la Comisión del Mercado Financiero, así como a decisiones del Tribunal de Competencia y de la Corte Suprema, se permitió la separación de las funciones de emisión y adquirencia. Con esto, se impuso un modelo de “cuatro partes”, inyectando competencia en el mercado de la adquirencia, a lo que se sumó la aprobación de la ley de “Fintech”.

Si me tuvo paciencia (y llegó hasta acá), creo haber demostrado la complejidad de los mercados de pagos, en especial en un contexto de una mutación de un modelo a otro. La fragilidad viene dada por la sofisticación del engranaje, la multiplicidad de actores en un mercado de varios lados y la necesaria intervención de las autoridades. ¿O no?

Ahora le toca a la Corte Suprema pronunciarse sobre algunas de estas materias claves -como ha ido ocurriendo en un número importante de asuntos regulatorios, a veces con serruchos y otras con bisturí-, para lo cual se requiere de esa sabiduría y humildad que debiera brotar de las anotadas complejidades y fragilidades.

Lo que hay que evitar, eso sí, es arrancar de esa insoportable complejidad y fragilidad y abrazar la insoportable -pero dulce- levedad de una mirada simplista e irresponsable en sus consecuencias.

*Columna publicada en El Mercurio (16 de julio de 2023).

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