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En la reciente conferencia internacional “Challenges in Digital Platforms” (co-organizada por CeCo), hice eco de una narrativa difundida por distintos medios a inicios de año: 2025 será el año de los “agentes” o entes automatizados con poder de manifestar o ejercitar la capacidad de actuar. Aunque las expectativas de los más entusiastas no se materialicen, nadie duda que la proliferación de esta tecnología impactará significativamente diversos ámbitos del quehacer humano, entre ellos, la manera en que las empresas se enfrentan al proceso competitivo y a los cambios del mercado.
“Cuando las decisiones sobre variables de competencia son total o parcialmente delegadas a un sistema interconectado en base a IA, la firma, el jugador, se desprende parcialmente de su poder de agencia, aunque (teóricamente al menos) siga bajo su control”.
Vale la pena entonces retroceder un poco y evaluar el rol de la agencia en nuestra disciplina, lo que haré en la primera parte de esta columna. A continuación, exploraré las características distintivas de los sistemas autónomos basados en IA frente a otras herramientas computacionales. Para concluir, se ofrece un ejemplo de cómo podría diseñarse y funcionar en la práctica un agente encargado de ajustar precios dinámicamente en un marketplace digital.
En su libro Games: Agency as Art, Nguyen propone que los juegos son el arte de la agencia. Cualquier juego consiste en desarrollar acciones en persecución de un objetivo predefinido, respetando ciertas restricciones, y los jugadores aceptan esta dinámica por el solo hecho de que valoran la actividad en sí. Por otra parte, la llamada Teoría de Juegos adopta ese nombre dado que la motivación de los participantes (eg., salir de la cárcel, maximizar utilidades, etc.) es exógena a lo que verdaderamente importa: la estructura de las elecciones que enfrenta cada jugador, y la dependencia mutua de sus posibles cursos de acción. La agencia, en este caso, es materia de un campo científico multidisciplinario, formal, aplicado y en permanente evolución.
Antes de Nash, el influyente matemático francés León Walras (1874) modeló un sistema para la distribución de recursos escasos, cuyo equilibrio se sostiene en la interdependencia entre un número finito de agentes que expresan preferencias (los consumidores), y un número finito de agentes que producen bienes o servicios (las firmas). Ambos representan unidades de decisión dotadas de una determinada función de utilidad, que interactúan en mercados cuyo elemento distintivo es la existencia de precios como principal mecanismo de coordinación.
El concepto de ‘agente económico’ derivado de los equilibrios walrasianos es absolutamente central en el derecho de la competencia a nivel global, y está consagrado en múltiples leyes y guías de autoridades en la materia. Laboriosamente, la jurisprudencia ha resuelto ignorar estructuras legales y permear velos corporativos, centrando su atención en el comportamiento de aquellas entidades de facto, cualquiera sea su forma o denominación, donde residen los centros de toma de decisiones sobre oferta y demanda de bienes o servicios – en jerga económica, los jugadores.
En mi investigación para CeCo “De la Teoría a la Tecnología: Computational Antitrust” señalé que la adaptación inteligente a las condiciones del mercado, siempre que sea independiente, es transversalmente autorizada por la política de competencia. Asimismo, mencioné que esta adaptación ha impulsado el desarrollo de un conjunto de sistemas informáticos de business intelligence capaces de identificar patrones en grandes volúmenes de datos y recomendar cursos de acción.
Los agentes representan, paradójicamente y a la vez, la continuación lógica y un cambio de paradigma dentro del business intelligence. Cuando las decisiones sobre variables de competencia son total o parcialmente delegadas a un sistema interconectado en base a IA, la firma, el jugador, se desprende parcialmente de su poder de agencia, aunque (teóricamente al menos) siga bajo su control.
Los agentes que me interesan para efectos de esta columna (‘Agentes’) son aquellos desarrollados sobre Large Language Models (‘LLMs’), que son sistemas predictivos de generación de texto, imágenes o código, capaces de hacer inferencias y establecer relaciones semánticas que emulan el razonamiento humano.
Los LLMs se caracterizan por su pasividad. De su propia experiencia interactuando con ellos, el lector sabe que los LLMs requieren información de entrada o prompts para operar y permanecen inactivos entre sesiones. Si bien algunos LLMs pueden acceder selectivamente a conversaciones pasadas, solo lo hacen en reacción a la actividad del usuario cuando el contexto lo precisa.
El desarrollo de entornos de trabajo o frameworks que habilitan la integración de LLMs con otras herramientas o plataformas, es el hito tecnológico que hizo posible el surgimiento de los Agentes. En este sentido, podemos pensar en los Agentes como sistemas autónomos internamente coordinados, esencialmente adaptables, con un LLM en su centro, diseñados para ejecutar una actividad determinada con mínima o sin intervención humana, de manera repetida o prolongada en el tiempo.
Desde ya quiero aclarar que los modelos más recientes de servicios, como ChatGPT o Claude, incorporan componentes híbridos que les permiten desplegar cierta agencia inexistente en los primeros LLMs. Además de generar contenido, pueden realizar otras actividades como extraer información de la web y ejecutar un creciente número de tareas. Dejaré esta disquisición de lado por el momento para aproximarme a las características que a mi mejor entender distinguen a un LLM, un modelo de aprendizaje no basado en IA generativa, y un Agente.
Supongamos que X, un retailer mediano, comercializa múltiples productos en un marketplace digital y quiere orquestar in-house un Agente, cuya función será fijar y ajustar precios en forma dinámica, sin intervención de los ejecutivos o administradores de X en la operación diaria de esta tarea.
El primer paso consiste en diseñar las directrices generales que deberá observar el Agente, y estructurar su composición interna. Para ello, los administradores y especialistas informáticos de X deben definir ciertas políticas comerciales y aspectos técnicos, tales como:
Figura 1: Un Agente para la fijación dinámica de precios
Fuente: Trabajo del autor
El modelo de Agente exhibido en la Figura 1 integra un LLM, con sus módulos de memoria episódica y de contexto representados en el círculo amarillo, conectado a cuatro módulos externos, entre los cuales existe un constante flujo de intercambio de datos y retroalimentación.
Consideremos el siguiente caso como ejemplo de un ciclo de funcionamiento de este Agente en la tarea de monitorear y ajustar el precio de un producto específico comercializado por la empresa X en una plataforma e-commerce:
Cabe notar que este ciclo solo involucra a un Agente operando en forma aislada. En este sentido, se recordará que la especificidad funcional es una característica intrínseca a los Agentes. Empero, es factible conectar varios Agentes de diverso propósito en un mismo entorno. La evolución hacia un ecosistema coordinado en que varios subprocesos se distribuyen entre un coro de Agentes es denominado IA Agentiva o Agentic AI. Una tecnología incipiente, no exenta de riesgos y limitaciones, cuyo potencial, no obstante, es difícil de soslayar.