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Una subasta es un mecanismo económico compuesto por un conjunto explícito de reglas, cuyo propósito es la asignación de un recurso y la determinación de su precio, a partir de ofertas (pujas) hechas por los participantes de dicho mercado (McAfee & McMillan, 1987).
Una pregunta que surge de esta definición es por qué se realizan las subastas, en vez de, por ejemplo, simplemente vender un producto publicando un precio determinado. La respuesta es que, en ocasiones, hay productos que no tienen una valoración única o estándar. Por otro lado, los productos ofrecidos pueden ser heterogéneos, en el sentido de que los registros anteriores no sirven como una referencia confiable para determinar su precio en un mercado (Hendricks & Porter, 2007). Desde el punto de vista práctico, hay tres razones que justifican el uso de subastas: (i) su rapidez para generar ventas; (ii) para revelar información valiosa sobre la valoración de los compradores; (iii) para prevenir intercambios deshonestos entre compradores y vendedores (Wolfstetter, 1999).
Un clásico ejemplo que sirve para ilustrar situaciones en que el valor de un producto es desconocido es la venta de una obra de arte o antigüedad, considerada única y valiosa. Si una persona quisiera vender uno de estos productos al precio más alto posible, probablemente no tendría una idea clara de su valoración; más aún, tampoco sabría cuánto dinero estarían dispuestas a pagar las personas que se interesan por el objeto en cuestión. Esto se produce porque las asimetrías de información son prácticamente inherentes a la actividad económica: usualmente, una parte de la transacción posee información que la otra no conoce. En este contexto, las subastas surgen como un mecanismo que no solo sirve para conocer la valoración de un bien o servicio, sino para asignarlo según el propósito que se persiga.
En general, las subastas se suelen discutir como un mecanismo de venta. Sin embargo, en estricto rigor, la teoría utiliza el término subasta para referirse tanto a una oferta de venta como a una oferta de compra. Respecto a las ofertas de compra, muchas veces hay situaciones en que un único comprador desea comprar un artículo de un conjunto de potenciales proveedores (monopsonio). Un buen ejemplo de esto son las subastas de contratación (procurement auctions) que organizan los gobiernos para la provisión de bienes o servicios públicos. Las subastas de contratación también son utilizadas por las empresas en la compra de insumo o para la subcontratación de un servicio. Ciertamente, en estos casos, el subastador suele estar interesado en alcanzar precios más bajos.
Existen muchos tipos de subastas que, naturalmente, se pueden clasificar de distintas formas. Una manera de caracterizarlas es: (i) según el espacio de mensajes (ofertas), es decir, el tipo de información que los oferentes pueden declarar al subastador; (ii) según la regla de asignación, que especifica qué postores (si los hubiere) pueden recibir el artículo, con qué probabilidad, y los pagos o transferencias que reciben en caso de que eso suceda.
Ahora bien, en los casos en que se busca ofrecer un único bien o servicio, existen cuatro tipos básicos de subasta que han sido ampliamente utilizadas y analizadas (McAfee & McMillan, 1987): (i) subasta de oferta ascendente (también llamada subasta abierta o inglesa); (ii) subasta de oferta descendente (subasta holandesa); (iii) subasta de oferta sellada a primer precio; (iv) subasta de oferta sellada de segundo precio (también referida como la subasta Vickrey). A continuación, se describen brevemente las reglas principales de estos cuatro tipos de subastas. Por simplicidad, en todos los casos, se usará como referencia una situación donde se busca vender un objeto.
La subasta de oferta ascendente o subasta inglesa es la forma de subasta más comúnmente utilizada para la venta de bienes. Bajo este mecanismo, el precio del producto ofrecido aumenta sucesivamente, hasta que solo queda un postor, siendo este a quien se le adjudica el producto por el precio final. Esto se puede hacer teniendo un subastador que anuncia precios, o haciendo que los mismos postores anuncien sus ofertas. Alternativamente, los participantes pueden entregar sus ofertas de forma electrónica, de manera que la plataforma va actualizando la mejor oferta ingresada. La principal característica de este tipo de subastas es que, en todo momento, todos los participantes saben exactamente cuál es la mejor oferta que se ha hecho hasta ese entonces.
La subasta de oferta descendente u holandesa es lo contrario de la subasta inglesa; así, el subastador anuncia un precio inicial alto, y los participantes ofrecen precios más bajos de forma sucesiva, hasta que uno de los participantes acepta el precio actual. Algunas de las aplicaciones de este tipo de subastas es la venta de productos perecederos, como la venta de flores cortadas en los Países Bajos, el pescado en Israel y el tabaco en Canadá (Klemperer, 1999).
En la subasta de oferta sellada a primer precio, los oferentes declaran sus ofertas de forma independiente (“a sobre cerrado”). De esta manera, el producto que se está ofreciendo se adjudica al mejor postor (en el caso de la venta de un objeto, aquel que ofrece el precio más alto). En este caso, el ganador de la subasta adquiere el objeto al precio que el mismo ofertó.
La principal diferencia entre una subasta de oferta sellada a primer precio y la subasta inglesa es que, en la segunda, los participantes observan las ofertas de sus rivales. Esto es clave, porque permite que los postores revisen sus apuestas, y sean capaces de modificarlas basándose en lo que el resto ofrece. En cambio, en la subasta de oferta sellada a primer precio, los participantes solo pueden hacer una sola oferta.
La subasta de oferta sellada de segundo precio es muy similar a la subasta de oferta sellada a primer precio, con la diferencia de que, en este caso, el postor a quien se le adjudica el objeto (aquel que ofreció el precio más alto) paga un monto distinto al que ofertó. Así, en vez de pagar el precio que el mismo ofreció (el más alto de todos los participantes), paga el precio del segundo mejor postor. Por esta razón, este tipo de subasta se conoce como subasta “a sobre cerrado” de segundo precio.
Como se mencionó anteriormente, las asimetrías de información son un elemento crucial en la estructura de las subastas. De hecho, si la información fuera perfecta (es decir, si el subastador conociera las verdaderas valoraciones de todos los participantes), el subastador podría extraer todas las ganancias de la transacción: bastaría con fijar el precio en un nivel justo por debajo de la valoración más alta.
Una primera fuente de incertidumbre son las diferencias que existen entre las valoraciones de los postores respecto del objeto que se está subastando. Estas diferencias pueden producirse por dos razones que, a su vez, dan lugar a dos escenarios extremos. El primero, es el caso en que los participantes solo conocen su verdadera valoración por el objeto (información privada), sin conocer la valoración exacta de sus contrincantes. A pesar de esto, cada participante sabe que la valoración del resto de los postores proviene de una probabilidad de distribución (), que es conocida por todos los demás (incluyendo al subastador). En este sentido, los participantes saben que el resto evalúa su valoración de la misma forma que este percibe la del resto. Teóricamente, este escenario se conoce como el modelo de valoraciones privadas e independientes (“independent-private-values model”).
El segundo escenario es aquel en que el objeto subastado es valorado de la misma manera por todos los participantes, pero ninguno de los postores conoce el valor exacto del objeto en cuestión. Un ejemplo de esto es la venta de derechos de extracción de minera en un terreno particular. Suponiendo que todos los postores que participan de la subasta tienen el mismo interés por los derechos —extraer minerales con fines comerciales—, ninguno sabe realmente cuántos recursos contiene ese terreno, ni qué tan factible es su extracción.
En este contexto, cada postor hace su propia estimación (“guess”) sobre el valor de los derechos mineros (a partir de estudios de suelo, opinión de expertos, etc.). Formalmente, si es la verdadera valoración de los derechos, la valoración percibida por cada postor () se define como un sorteo proveniente de alguna distribución de probabilidad . En este sentido, la distribución es conocida por todos los participantes. Teóricamente, este escenario se conoce como el modelo de valoraciones comunes (“common-value model”).
La principal diferencia entre el modelo de valoraciones privadas e independientes y el modelo de valoraciones comunes es que, en el primero, la verdadera valoración que tiene un postor sobre el objeto subastado no cambiaría si supera la valoración de otro postor. Dicho de otra forma, saber cuánto valora el resto un objeto no es relevante para la valoración que el mismo le asigna. Es importante este punto porque, aun cuando esta información pueda afectar la estrategia que utilice en la subasta, el valor real que tiene el objeto para el postor sigue siendo el mismo.
En cambio, en el modelo de valoraciones comunes, como los participantes no conocen el valor verdadero del objeto, el hecho de que un postor pueda acceder a las estimaciones de sus contrincantes puede afectar la valoración que el mismo hace sobre el objeto en cuestión. Por eso, en estos casos, las valoraciones que tienen los participantes por el objeto subastado no son independientes. Un ejemplo que sirve para ilustrar este efecto es cuando los postores participan con el fin de revender el objeto en caso de ganar la subasta. En este sentido, mientras el objeto sea más valorado por el reto, mayor será la valoración que le asigne el postor.
Los dos modelos descritos anteriormente deben ser interpretados como dos casos teóricos extremos. En la práctica, las subastas suelen contener elementos de los dos modelos al mismo tiempo. Así, por ejemplo, en una subasta de contratación, donde el gobierno necesita contratar un servicio público a una empresa privada, cada empresa puede tener información privada sobre sus costos de producción; pero, al mismo tiempo, todos los participantes pueden enfrentar la misma incertidumbre respecto de los avances tecnológicos que afectarán a la industria.
Existen dos consideraciones adicionales que deben ser tomadas en cuenta en el diseño de una subasta. La primera tiene que ver con la similitud que hay entre los postores. En la sección anterior, se presentó un modelo donde las valoraciones de los postores provenían de una misma distribución que, a su vez, era conocida por todos los participantes.
Sin embargo, puede haber casos en que, en una subasta, participen empresas tanto locales como extranjeras. En estos casos, ya no es obvio que las valoraciones de los postores provengan de una misma distribución; puesto que, las empresas internacionales pueden enfrentar diferencias sustantivas en sus costos (por ejemplo, aranceles de importación), distinguiéndolas de las empresas domésticas.
Una segunda consideración es que el pago o transferencia asociada a la adjudicación del objeto subastado desde estar definido en términos que sean conocidos tanto para los oferentes como para el subastador. En muchas ocasiones, las ofertas hechas por los postores son el único elemento conocido por todos los participantes. Sin embargo, esto no siempre es así; por ejemplo, en subastas de derechos mineros, las regalías hacen que el pago dependa tanto de la cantidad de recursos que logra extraerse, como de la oferta hecha por el ganador de la subasta (McAfee & McMillan, 1987).
Como es usual en la teoría económica, muchas veces se parte desde el análisis de un modelo simple (generalmente, poco realista), para luego ir entendiendo cómo distintas imperfecciones interfieren en este modelo de referencia. En el caso de la subastas, el modelo básico más estudiado es aquel que se construye sobre la base de cuatro importantes supuestos: (i) los postores son neutrales al riesgo; (ii) la valoración de cada postor por el objeto subastado es información privada, y es independiente de las valoraciones del resto de los postores; (iii) Los postores son simétricos (las condiciones bajo las cuales ofertan son relativamente homogéneas); (iv) el pago asociado a la subasta depende solamente de las ofertas que hacen los postores.
Uno de los resultados más importantes que surgen de este modelo de referencia es el Teorema de la Equivalencia de Ingresos (“Revenue-Equivalence Theorem”). Este teorema sostiene que, en promedio, el precio que se deriva de los cuatro tipos básicos de subastas (oferta ascendente, oferta descendente, oferta sellada a primer precio y oferta sellada de segundo precio), es el mismo. La importancia de este teorema recae en que, si se cumplen las cuatro condiciones descritas anteriormente, el subastador estará indiferente entre cuál de esto cuatro tipos de subastas utilizar; ya que, en promedio, el pago que recibe es el mismo.
A pesar de la importancia teórica que supone del Teorema de la Equivalencia de Ingresos, existen diferencias prácticas entre, por un lado, la subasta ascendente y la subasta de oferta sellada de segundo precio; y, por otro lado, la subasta descendente y la de oferta cerrada de primer precio. En las dos primeras, la estrategia óptima de cada postor es relativamente más fácil de implementar (en la subasta ascendente, el postor compite hasta que el precio supera su valoración por el objeto; y, en la subasta de oferta sellada de segundo precio, el postor debe ofertar su verdadera valoración).
En cambio, en la subasta de oferta sellada de primer precio, y en la subasta descendente, la estrategia óptima de los postores consiste en ofertar un precio que sea un poco menor que su propia valoración por el objeto; pero, ¿Cuánto menor? la respuesta a esta pregunta es menos evidente, porque depende del número de postores que participan en la subasta, y de la distribución de probabilidad de sus valoraciones.
Muchas de las subastas que se observan en la vida real poseen características que las alejan del modelo de referencia presentado en la sección anterior. Algunas de estas imperfecciones son: diferencias (o asimetrías) entre los postores; postores aversos al riesgo; valoraciones correlacionadas (la valoración de un postor depende de las valoraciones de sus contrincantes); variabilidad en el número de unidades u objetos subastados (el subastador puede ofrecer más de una unidad); restricciones de capacidad; comportamiento coordinado entre los postores; entre otras.
Más allá de los efectos que tiene una (o más) de estas imperfecciones en el resultado de una subasta, lo importante es que cada una de estas imperfecciones interfieren en la forma en que los participantes compiten en una subasta. En esta línea, la forma en que interactúan los participantes puede ser más o menos competitiva dependiendo de la ausencia o presencia de estas imperfecciones. En consecuencia, algunos tipos de subastas pueden ser más o menos convenientes que otros, dependiendo del objetivo perseguido por el subastador (por ejemplo, vender un producto al postor que más lo valora, contratar el servicio más barato posible, etc.).
En lo que sigue, se presenta una breve descripción de dos tipos de imperfecciones: la colusión entre postores y la presencia de asimetrías entre los postores. Para cada una de estas, se mencionan ejemplos de cómo se han evidenciado estas conductas en la práctica, y los efectos que han generado en el mercado.
Hasta el momento, los modelos teóricos descritos asumen que los postores actúan de forma no cooperativa. Sin embargo, en la práctica, los participantes de una subasta pueden coordinar sus ofertas. Lo anterior se puede hacer de forma explícita —los participantes se ponen de acuerdo respecto de quién ganará una subasta— o implícita —los participantes acuerdan hacer ofertas más moderadas—. A modo de referencia, un caso reciente de colusión explícita se aborda en la nota CeCo “La arremetida de la SCPM por bid-rigging”.
Según expertos, la colusión es una problemática de larga data en el diseño de subastas. De acuerdo con Krishna (2009), en la década de 1980, el 75% de los casos relacionados con carteles en Estados Unidos se basaban en subastas. Además, desde el año 1994, cerca del 30% de los casos de competencia estudiados por el Departamento de Justicia del mismo país involucraron la manipulación de licitaciones (“bid-rigging”) en industrias como la construcción, venta de antigüedades, suministros militares, adquisición de servicios públicos, entre otros (Agranov & Yariv, 2018).
La colusión entre los postores puede ser una conducta especialmente delicada en circunstancias donde los miembros de un mismo grupo de participantes se enfrentan entre ellos en subastas sucesivas. De manera análoga al caso en que los miembros de un oligopolio utilizan estrategias para mantener un acuerdo colusorio en el tiempo; se ha evidenciado que, en algunas subastas de obras de arte y antigüedades, los participantes se coludían utilizando estrategias de represalia para mantener el acuerdo (Cooper, 1977). En efecto, cuando uno de los participantes se desviaba o, por alguna razón, el acuerdo dejaba operar, la competencia entre los postores hacía que los precios de las obras aumentaran sustancialmente (Hsueh & Tian, 2009).
En ciertas ocasiones, algunos de los postores que participan en una subasta pueden presentar características individuales —que pueden ser (o no) observables— que los diferencian sustancialmente del resto de los participantes. Estas diferencias pueden estar relacionadas, por ejemplo, con el tamaño de las empresas, restricciones a su capacidad productiva, diferencias en la calidad de información que poseen, etc. (Flambard & Perrigne, 2006).
Como estas diferencias afectan la conducta estratégica de los participantes, es importante que el diseño de las subastas considere este tipo de asimetrías. La razón de esto es porque, cuando un postor posee una desventaja competitiva respecto del resto, se ve obligado a ofertar de forma más agresiva que el resto, de manera de compensar dicha desventaja; o bien, simplemente optar por abstenerse a participar. En este sentido, la existencia de asimetrías entre los postores podría llevar a que el resultado de una subasta sea ineficiente, o bien, que actúe como una barrera de entrada para el ingreso de nuevos participantes. En el largo plazo, esto podría reducir el nivel de competencia que existe en este tipo de subastas.
Distintos estudios han evidenciado que la distancia física entre los postores que participan en una misma subasta puede derivar en diferencias de costos que sean significativas para el resultado de la asignación. Así, por ejemplo, Flambard & Perrigne (2006) estudiaron las asimetrías que existían entre las empresas que participaban en las subastas organizadas en la ciudad de Montreal (Canadá) para asignar contratos de remoción de nieve. Sus resultados evidenciaron que, las empresas ubicadas relativamente lejos de la ciudad, se veían obligadas a alquilar bodegas para almacenar sus equipos y camiones. En particular, sus resultados muestran que las rentas de las empresas ganadoras “fuertes” (que poseían una ventaja comparativa en sus costos) eran aproximadamente el doble de las rentas de las empresas ganadoras “débiles” (que poseían una desventaja comparativa en sus costos). Además, las diferencias de costos entre las empresas que participaban en las subastas condujeron a que un 24% de las subastas de contratación fueran asignadas de forma ineficiente.