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“Es verdad que no debemos cerrar la puerta a la libre concurrencia y producción del salitre en Tarapacá, pero tampoco debemos consentir que aquella vasta y rica región sea convertida en una simple factoría extranjera”.
José Manuel Balmaceda, mensaje presidencial ante el Congreso Pleno, 1º de junio de 1889.
Si contemplan la pampa y la imaginan en tiempos de la industria del salitre, verán un escenario alejado de la tradicional calificación de “bonanza económica”. En efecto, el ciclo salitrero se vio afecto, a lo menos, a nueve recesiones que produjeron desequilibrios tanto en la oferta como en la demanda (Salazar y Pinto, 2002, p. 27).
La respuesta de medianos y grandes salitreros ante estas sucesivas crisis consistió derechamente en la coordinación de los volúmenes de producción entre estos, por la vía de crear, normalmente mediante escrituras públicas, carteles denominados “combinaciones”, existentes entre 1884 y 1910. Sorprendentemente, en el contexto de laissez-faire que caracterizó a la intervención del Estado chileno en la economía a finales del siglo XIX (y en absoluta ausencia de una ley de competencia, casi 50 años antes del primer proyecto de ley de delitos económicos, como se detalla en la investigación “Libre Competencia antes de la Libre Competencia (1927-1957)”), estos casos de colusión habrían de tener un efecto ambivalente en la economía local.
«La historia de los carteles del salitre en Chile muestra que la coordinación entre actores del mercado puede generar efectos que ni los mismos miembros del acuerdo pueden prever».
Hacia 1880, Chile producía 224.000 toneladas de salitre, representando el 100% del nitrógeno mundial (Aylwin, 1968, p. 3). En plena Guerra del Pacífico (o del Salitre) y tras la anexión de la actual Región de Tarapacá, el gobierno del presidente Aníbal Pinto, siguiendo la recomendación de una “comisión consultiva”, decidió que el Estado no asumiría el estanco de las oficinas, sino que estas podrían ser explotadas por capitales privados, sujetas a un fuerte y especial régimen tributario (González, 2013, pp. 65-66).
Los primeros años fueron relativamente exitosos. Sin embargo, en 1884, el precio del nitrato disminuyó paulatinamente, ante una crisis en el precio del azúcar (González, 2013, p. 72). En ese contexto, la Primera Combinación fue creada ese mismo año. Su objeto consistía exclusivamente en limitar la producción (Luis Simón, 1948, p. 186). De cara a las oficinas, el acuerdo era, en principio, relativamente fácil de implementar, debido a la homogeneidad del producto, la estrechez del mercado geográfico (la Región de Tarapacá) y la ausencia de un sustituto del salitre (Vera, 1990, p. 649). Al mismo tiempo, los miembros del cartel que excedieran sus cuotas de producción estaban sujetos a demandas por incumplimiento (Brown, 1963, p. 233). Con todo, si bien la Primera Combinación habría obtenido un efecto relativo en el alza del precio del salitre (Luis Simón, 1948, p. 187), la inestabilidad interna y externa del cartel (causada por la distribución desigual de las utilidades según las cuotas y la negativa a la entrada de nuevos actores con menores costos) impidieron la renovación del acuerdo para 1886 (Brown, 1963, p. 233).
En este contexto, el principal afectado por la Primera Combinación resultó ser el propio Estado chileno: si bien el precio del salitre aumentaba, ello se debía a la reducción de la producción en virtud del acuerdo. Por tanto, la recaudación tributaria a su vez disminuía (Brown, 1963, p. 234). Esto resultaba problemático para el recién asumido gobierno del presidente José Manuel Balmaceda, el cual buscaba que la mayor recaudación tributaria permitiera el desarrollo de obras públicas. En otras palabras, la dependencia del Estado respecto del salitre habría aumentado (Bowman y Wallerstein, 1983, p. 127). Dejando atrás el silencio estatal, mientras proponía al Congreso licitar las salitreras de propiedad del Estado sólo a accionistas chilenos (Congreso Nacional, 1889, p. 5), el gobierno de Balmaceda se opuso tenazmente a una nueva combinación. Para el presidente, en forma profética, “la restricción incentivaría la producción de fertilizantes sintéticos, los trabajadores salitreros se verían negativamente afectados y el principio de competencia consagrado en la teoría economía liberal sería infringido” (Brown, 1963, p. 235).
Sin embargo, los salitreros igualmente pudieron ponerse de acuerdo e iniciar una Segunda Combinación, en plena Guerra Civil de 1891. Esta, a diferencia de su antecesora, fijaba ciclos mensuales de producción (González, 2013, nota 13). Curiosamente, tras la muerte de Balmaceda, la Junta de Gobierno de Iquique igualmente mantuvo su sospecha frente al cartel, indicando el presidente Jorge Montt que “es de esperar que (…) no reduzcan la producción, con el fin de obtener una utilidad mayor, a cantidades que no satisfagan las necesidades del consumo” (Congreso Nacional, 1893, p. 21). Con todo, tras unos decretos de remates de tierras por parte del Estado que aumentaron la capacidad de las oficinas (González, 2013, p. 49), la estabilidad interna del acuerdo fue nuevamente puesta en jaque, llegando la Combinación a su fin en 1894 (Brown, 1963, p. 238).
Un par de años después, y tras otra profunda crisis, una Tercera Combinación fue creada entre 1896 y 1897. Si bien habría tenido un relativo éxito inmediato (González, 2013, p. 49), el resultado final fue más bien desastroso (Brown, 1963, p. 238). La competencia del sulfato de amoníaco y la especulación en el mercado internacional hicieron impracticables los acuerdos (González, 2013, p. 49).
Ya entrado el Siglo XX, en 1901 se intentó otra Cuarta Combinación. En su escritura de constitución, se establecía que el directorio definiría la exportación total anual (González, 2013, nota 17). En la práctica, los incrementos en la producción serían graduales, lo que evitaría conflictos tanto entre salitreros como con el gobierno, que ahora ya no veía con malos ojos este tipo de acuerdos (Brown, 1963, p. 241). La Cuarta Combinación habría de ser relativamente exitosa hasta su disolución en 1906, en contexto de alzas sostenidas de la demanda, generando incluso una incipiente competencia entre oficinas para obtener mayores cuotas mediante la compra de terrenos y la mejora de sus refinerías (ibid.).
Inmediatamente después, una Quinta Combinación fue acordada. El acuerdo logró un récord en el alza de precios de los nitratos para 1907. En paralelo, la cohesión de los salitreros les habría permitido sobreponerse “coordinamente” a los movimientos obreros de comienzos del decenio. En concreto, la Matanza de Santa María de Iquique de diciembre de 1907 habría tenido un impacto mínimo en las exportaciones del nitrato (González, 2013, p. 50). El fin de la Quinta Combinación se desarrolló en paralelo con una última crisis que impidió mantener el control de las cuotas, mientras los precios seguían disminuyendo (Brown, 1963, p. 244).
El tiro de gracia para las combinaciones y la industria del salitre fue, como es sabido, la entrada del salitre sintético. Existen distintas explicaciones para este fenómeno, desde el hecho que el caliche era un producto escaso hasta los altos precios producidos precisamente por las combinaciones (ibid.; Salazar y Pinto, 2002, p. 27). Si bien la primera causa puede constituir una explicación más simple, la segunda no puede desconocerse.
En este sentido, la historia de los carteles del salitre en Chile muestra que la coordinación entre actores del mercado puede generar efectos que ni los mismos miembros del acuerdo pueden prever. Desde el punto de vista macroeconómico, si bien las combinaciones no generaron una crisis económica en Chile, sí habrían desincentivado la innovación y, por tanto, el ciclo de expansión salitrera se habría acortado (González, 2013, p. 47). Esto se habría materializado tanto en la inestabilidad interna y externa de los acuerdos frente a las distintas crisis internacionales como en la ulterior llegada del salitre sintético. Tal y como Balmaceda predijo.