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El pasado 19 de julio marcó el cierre de la edición 2025 del Moot de Libre Competencia, organizado por el estudio Bullard Falla Ezcurra+, cuyo tema fue “Inversiones extranjeras en activos estratégicos y libre competencia”. Con ello se vivió un día cargado de emociones para nuestro equipo, pues fue el fin de un camino intenso, exigente y profundamente formativo, pero también el día en que recibimos la noticia más esperada: habíamos ganado el Moot. La alegría de ese momento vino acompañada de una emoción difícil de explicar —una mezcla de orgullo, alivio y euforia.
El 26 dejó de ser solo un número asignado al azar: se convirtió en un nombre de equipo que nos representa y una historia que no vamos a olvidar.
Empezamos en febrero de 2025. Al inicio, éramos solo un grupo de amigos con ganas de intentar algo grande. Poco a poco, fuimos creciendo. Todo comenzó en la Pontificia U. Católica del Perú (PUCP), con estudiantes de Derecho motivados por el deseo de participar en uno de los moots más importantes de libre competencia en Iberoamérica. La idea nos entusiasmaba, pero también sabíamos que requería un equipo sólido y con perfiles complementarios. Con el tiempo, se fueron incorporando nuevos integrantes, entre ellos personas que aportaron la valiosa experiencia adquirida en la COFECE. A medida que avanzábamos, la estructura del equipo se fue consolidando. Algunos se retiraron en las primeras semanas; otros llegaron y se quedaron para siempre. La participación de integrantes con formación en arbitraje resultaba indispensable, al igual que la de un par de economistas. ¿Una expansión más? ¿Por qué no sumar a una abogada de la U. del Pacífico y hacer un equipo interuniversitario? ¿Y por qué no integrar también a una economista del curso de Indecopi?
«No hay una fórmula secreta para ganar un moot más que seguir en él semana a semana, entre discusiones técnicas, dudas compartidas, noches en vela y muchas risas».
Así, sin darnos cuenta, cerramos el equipo con diez personas. ¿Demasiados? No diremos que no lo dudamos. Tal vez. Pero, lo cierto, es que con el tiempo quedó claro que no había una sola persona que no fuera imprescindible. Éramos diez, y todos éramos invaluables a nuestra propia forma.
Nuestras sesiones se volvieron rituales que hasta ahora se sienten como un hábito: todos los sábados por la tarde, en el salón D208 de la PUCP —nuestro salón hasta el último día. Fue ahí donde buscamos a nuestros coaches, siendo Waldo Borda nuestro guía principal.
Primero vino la reunión de cronograma, que pronto se quedó corto frente a la realidad del trabajo y la mucha información a procesar. Luego, nos lanzamos a lo más difícil: entender a fondo el mundo del control de concentraciones, de los grupos económicos y los cambios de control. Siguió la definición de mercados relevantes y, después, las sesiones más intensas: los riesgos anticompetitivos. Esas sí fueron maratónicas, especialmente durante Semana Santa, cuando la mayoría descansaba… y nosotros seguíamos con pizarras llenas de teorías y papers subrayados. Viéndolo en retrospectiva, quizá sí estábamos un poco locos.
Después nos dividimos para escribir los memoriales. Recuerdo la premura, la intensidad de esos días. Eran las 23:59 horas del deadline y los diez estábamos conectados en una misma llamada, viendo en vivo el momento del envío, con el corazón en la mano. Dudando si algo había quedado mal, si el margen era el correcto, si acaso debimos revisar una vez más. Y, aun así, todo salió bien: nos llevamos la sorpresa de ganar el premio al mejor memorial de la parte demandante.
Poco a poco se fue acercando la fecha de las rondas orales, y con eso llegaron los tryouts internos (es decir, simulaciones de audiencias). Confiábamos en nuestros cuatro oradores, sabíamos que lo harían increíble. Y así fue: nos lanzamos a la etapa oral con todo el equipo detrás, apoyando, puliendo argumentos, ensayando respuestas, proyectando hasta los silencios.
Así se tejió este camino, la verdad. No hay una fórmula secreta para ganar un moot más que seguir en él semana a semana, entre discusiones técnicas, dudas compartidas, noches en vela y muchas risas. Más que colegas del moot, el equipo se convirtió en una casa, en un lenguaje propio, en una pequeña locura compartida que —contra todo pronóstico— terminó haciendo historia: Hacía nueve años que un equipo PUCP-UP no ganaba el Moot. Hoy, la copa se queda en casa.
Nuestra participación fue reconocida con los siguientes premios:
Durante la etapa escrita, el equipo iba bien. Nos organizábamos y nos manteníamos siempre coordinados. Cada uno sabía lo que tenía que hacer y sentíamos que estábamos en alguna suerte de control. Pero cuando llegaron las rondas orales, apareció lo inesperado: lo no mapeado. Lo que dábamos por claro comenzó a ser cuestionado. Y, sobre todo, aparecieron nervios que no habían existido nunca en los ensayos. Era otra cancha, y no había forma de replicarla del todo.
Ahí fue cuando el equipo realmente se sostuvo como una sola estructura. No hubo una sola ronda sin público: siempre había alguien del equipo presente, observando, tomando notas, alentando con una mirada o un gesto que nos recordaba que lo estábamos haciendo bien. Nuestras duplas para rondas orales (siempre un abogado y un economista) se afirmaban y se sostenían mutuamente, incluso en los momentos de mayor presión. Tuvimos la enorme fortuna de contar con Waldo Borda como coach principal, quien nos ofreció no solo su conocimiento y guía, sino también su hogar, su tiempo y una confianza incondicional. No se podía pedir más. Y junto a él, Henry Zeballos y José Gallardo también estuvieron siempre presentes, al otro lado del teléfono durante horas, con la misma entrega y generosidad.
Los últimos días fueron intensos. Las tareas se repartían con precisión, casi como en una coreografía. Rodri y Cami —nuestros economistas— analizaban dispersiones y preparaban nuevos gráficos. Dani y Valeria, especialistas en arbitraje, lanzaban preguntas para tensionar los argumentos y revisar las pruebas nuevas. Ronald y Romi transformaban la complejidad del caso en discurso y presentaciones estratégicas y claras. Patricio y Mabe iban al fondo, revisando la sustancia hasta el detalle en materia de competencia. Y Nicolás y Fran —nuestros oradores principales— eran casi obligados a dormir aún cuando querían quedarse practicando más y cerrando cabos sueltos. El resto del equipo se aseguraba de que descansaran al menos tres o cuatro horas, un privilegio logístico, para que llegaran con la mente lo más fresca posible a las rondas orales.
Hubo madrugadas de ensayos, decisiones de último momento que despertaron crisis, un cansancio que nos dejaba al borde del colapso, algún que otro cuasi desmayo y hasta un intento de homicidio metafórico (entre risas, claro). Pero, sobre todo, hubo compañerismo absoluto. Economía y Derecho caminaron juntos. Y eso fue lo que nos sostuvo hasta el final.
Participar en el Moot de Libre Competencia fue, sin exagerar, una de las experiencias más intensas, demandantes y significativas que hemos vivido como estudiantes. Lo que empezó como una idea entre amigos se convirtió en un equipo de diez personas que aprendió a pensar, trabajar, escribir y debatir como una sola.
Hubo días de claridad y otros de caos. Momentos en que sentimos que nada cerraba, y otros en los que una frase, una hipótesis o una mirada bastaba para recuperar el rumbo. Aprendimos a cuestionar lo que dábamos por sentado, a escuchar con humildad, a defender con firmeza y a confiar, sobre todo, en el trabajo colectivo.
El moot nos obligó a pensar a fondo en temas que ni siquiera sabíamos que existían en febrero, a conectar el derecho con la economía de verdad —no en abstracto—, a prepararnos como si cada audiencia fuera real. También nos obligó a convivir, a reírnos del cansancio, a sostenernos cuando alguien colapsaba, y a celebrar los pequeños avances como si fueran finales.
Ganar fue hermoso, sí. Pero lo verdaderamente valioso fue todo lo que pasó mientras: las horas, las preguntas, los amigos, las risas, los miedos y los hallazgos. Lo que aprendimos, lo que construimos y lo que fuimos capaces de hacer juntos como Equipo 26.
Nos vamos con gratitud, con orgullo y con la certeza de que esta experiencia nos marcó para siempre.
Co-autores:
Francesca Chocano Villanueva: Estudiante de Derecho de la Universidad del Pacífico.
Nicolas Velarde Freundt: Estudiante de Economía en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Patricio Angeles Hoyos: Estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Daniela Chegne Cortez: Estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Romina Ñaña Ramos: Estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Ronald Yaipén Polo: Estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Mabel Benancio Avila: Estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú
Rodrigo González Oliva: Estudiante de Economía en la Pontificia Universidad Católica del Perú
Valeria Almanza Ambía: Estudiante de la Pontificia Universidad Católica del Perú
Camila Meza Pérez: Egresada de Economía en la Pontificia Universidad Católica del Perú