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La economía digital, según la OECD (2012), es aquella compuesta por mercados basados en tecnologías digitales que permiten el intercambio de bienes y servicios a través del e-commerce. El desarrollo de la economía digital implica migrar de un modelo tradicional, bajo el cual existe un escaso uso de las tecnologías de la información (TIC), a otro modelo en el cual se generaliza y potencia su uso.
Uno de los aspectos más relevantes en el contexto de una economía digital es la capacidad que tienen las empresas para atraer y desarrollar nuevas innovaciones y nuevos modelos de negocios. El desarrollo de esta capacidad requiere de altos niveles de inversión en investigación y desarrollo (I+D).
Sin embargo, detrás de esos niveles de investigación y desarrollo, es posible encontrar un sinfín de estrategias que no necesariamente están orientadas a mejorar el bienestar general, sino que, por el contrario, pueden aumentar la desigualdad, reducen la autonomía y perjudican la democracia. En este contexto se enmarca el reciente artículo de Ezrachi y Stucke.
Ariel Ezrachi (profesor de la Universidad de Oxford), en conjunto con Maurice Stucke (profesor de la Universidad de Tennessee), en su ensayo “Toxic innovation in the digital economy”, explican qué hay detrás de las exorbitantes cifras de inversión de las empresas que ellos llaman las “Big-Tech Baron” o “Tech Barons” (p. ej., Facebook, Google, Apple, Amazon y Microsoft). A su vez, este ensayo se deriva del libro publicado por los mismos autores, titulado “How Big-Tech Barons Smash Innovation and How to Strike Back” (HaperCollins 2022), escrito con ocasión de la solicitud que les hizo la Comisión Europea el año 2017 para investigar los procesos de innovación en la economía digital.
Con anterioridad a esta investigación, Ezrachi y Stucke ya habían planteado una serie de riesgos asociados a la economía digital, tales como: (i) la colusión de los algoritmos en precios (que permiten a las empresas monitorear los precios de sus rivales y, en consecuencia, ajustar sus propios precios); (ii) la discriminación conductual (empresas rastrean y perfilan a sus consumidores para que compren productos basados en su mayor disposición a pagar); y (iii) el surgimiento de las llamadas “súper plataformas” (al controlar plataformas claves, como sistemas operativos de teléfonos inteligentes, las empresas pueden determinar quiénes pueden explotar los beneficios de la innovación y quiénes no). Para una revisión de estos temas, se puede consultar el libro “Virtual Competition: The Promise and Perils of the Algorithm-Driven Economy” (Harvard University Press, 2016), de los mismos autores.
Sin embargo, hasta acá los autores no habían analizado en profundidad los riesgos que podía tener la inversión en I+D de las gigantes tecnológicas al momento de innovar. Es así como, con el paso de los años, y continuando su investigación, los autores fueron descubriendo los efectos que tiene la innovación de las Tech Barons en la dinámica de la competencia dentro de sus ecosistemas, pero también, los efectos que se pueden producir fuera de estos.
En este marco, en su reciente artículo (“Toxic innovation in the digital economy”), Ezrachi y Stucke sugieren que las Tech Barons innovan para maximizar sus ganancias, pero al mismo tiempo reducen el bienestar general. Por un lado, esas innovaciones de las Tech Barons, evitan el ingreso de innovaciones disruptivas que ven como amenazas, y por otro, no les permiten a sus clientes acceder a nuevos y mejores productos. A este tipo de innovación es a lo que los autores llaman “innovación toxica”.
La innovación tóxica se hace posible por la capacidad de las Tech Barons de controlar los ecosistemas digitales, distorsionando el desarrollo de los procesos de innovación.
Con lo mencionado anteriormente, surgen dos interrogantes que los autores intentan responder: ¿En qué momento una innovación pasa a ser “tóxica”?, y ¿Pueden nuestras leyes actuales sobre competencia proteger adecuadamente a los consumidores?
Las Tech Barons, que controlan sus ecosistemas, se encuentran en una posición ventajosa. Las TIC les permiten tener un monitoreo y vigilancia casi perfecta de sus mercados, pudiendo identificar rápidamente cualquier riesgo o amenaza entrante. Gracias a estas ventajas de datos (data-advtanges), las Tech Barons pueden planear estrategias eficaces para distorsionar la capacidad de los otros agentes del mercado para producir innovación disruptiva (en otras palabras, para distorsionar la “oferta de innovación”). Así, por ejemplo, las Tech Baron pueden negar el acceso al ecosistema a los agentes disruptores o reducir la interoperabilidad del mismo, generando así barreras de entrada. A su vez, este escenario le permitiría a las Tech Barons, en el largo plazo, adquirir a ese potencial entrante a través de una killer-acquisition (revisa más detalles en nuestra nota CeCo).
De un modo similar, las Tech Barons pueden manipular la “demanda de innovación” de los clientes. Los autores mencionan que, para reducir la tasa de adopción de innovaciones disruptivas, las gigantes tecnológicas aumentan la retención de sus usuarios, reduciendo así el potencial crecimiento de una innovación disruptiva que pueda amenazar su ecosistema. De este modo, las Tech Barons pueden adaptar el camino hacia innovaciones que sean favorables a su propio ecosistema, alejando a los usuarios de innovaciones disruptivas que puedan ser más valiosas.
Como ejemplo de esto último, Ezrachi y Stucke mencionan el caso del “Buy Box Amazon”, en el cual el gigante tecnológico ofreció a sus usuarios una opción de compra rápida, “con un solo click”, de productos relacionados a los que el usuario previamente buscó. Gracias a este mecanismo, Amazon disminuyó la “fricción” para comprar artículos en su plataforma (entendiendo por “fricción” la dificultad que enfrenta el usuario para interactuar con el ecosistema de la Tech Baron). A su vez, las empresas que compiten con Amazon no cuentan con esta tecnología, ni con las ventajas de datos e información que permitiría desarrollarla. De este modo, si estos competidores emprendiesen una innovación disruptiva con el fin de superar la modalidad Buy Box Amazon, necesitarían tanto tiempo como volumen de usuarios. Sin embargo, es en este momento en el cual las Tech Barons, usando su posición aventajada, podrán innovar con alguna modalidad distinta de compra, reduciendo así la movilidad de sus clientes, reteniendo a sus usuarios, e impidiendo que la empresa disruptiva obtenga un volumen de usuarios, o el tiempo requerido, que le permita competir con Amazon. Esto puede tener como consecuencia que la empresa disruptiva no realice tal innovación.
De este modo, las innovaciones de las Tech Barons, en palabras de los autores, estarían destruyendo valor, ya que no permitirían que otras innovaciones tengan el tiempo de madurez necesario para prosperar.
En términos generales, Ezrachi y Stucke sugieren que las actuales reglas antimonopolio de Estados Unidos y la Unión Europea parecieran favorecer a las Tech Barons, pues les permitirían controlar de buena manera sus entornos. En este sentido, han sido estas mismas empresas las que, ante propuestas de cambios a la política regulatoria (como la Digital Markets Act de la Unión Europea), alegan que éstos serán perjudiciales en términos de innovación.
En esta materia, los autores realizan una analogía interesante entre la regulación de las Tech Barons, y el duck hunting (caza de patos). Esto pues uno no debería apuntar en donde está el pato en este preciso momento, sino que debe tener como objetivo el lugar en donde estará el pato cuando el disparo le llegue. Esto significa que el regulador debería calcular el camino probable que tomarán las Tech Barons, para enfocar así las leyes antimonopolio en esa dirección. En este sentido, los autores aclaran que el objetivo de una regulación así diseñada no es destruir a las Tech Barons, sino más bien, entregarle las herramientas necesarias a las autoridades de competencia para que puedan identificar y predecir los futuros movimientos anticompetitivos de dichas empresas.
La confección de estas políticas regulatorias no es sencilla. Los autores mencionan que las nuevas herramientas deben ser lo suficientemente específicas para identificar cualquier practica anticompetitiva, pero, de igual manera, deben ser flexibles para adaptarse a las realidades cambiantes de los mercados en donde se desenvuelven. En esta tarea, los autores aclaran que no existe una solución sencilla para disuadir la innovación toxica, sin embargo, entregan 3 principios que ayudarían a diseñar las políticas que se refieren a la innovación.
En primer lugar, los policymakers deben considerar si la innovación crea, destruye o extrae valor a los consumidores o proveedores aguas arriba. En segundo lugar, se deben considerar los incentivos. Toda innovación pone en juego distintos intereses y, por lo mismo, se debe verificar si la innovación en análisis, y los incentivos que tienen las empresas precursoras de tal innovación, se alinean con los intereses de los clientes o usuarios de la misma. En tercer lugar, los autores mencionan el principio de diversidad. La regulación debe promover que exista un proceso competitivo que permita la disrupción de distintas innovaciones y entregarles posibilidades reales a los nuevos entrantes para prosperar.